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Aprendiendo a convivir en la Escuela remota

Por: Lic. Tomás Nores  |  Domingo 7 de Febrero de 2021

Pasó un año incierto. Las escuelas del mundo han tenido que reinventarse.



La mayoría de las escuelas argentinas no han abierto sus puertas, no han realizado actos educativos en sus patios, no han visto juegos en los recreos. No hubo paredes que nos contengan, que delimiten ese adentro y ese afuera, sin embargo la escuela estuvo presente. Al menos así lo intentó. Construir escuela en pandemia fue una tarea sin dudas desafiante para todas aquellas personas que conforman la comunidad educativa: docentes, familias y estudiantes. 
El desafío central fue el de sostener los vínculos en la virtualidad, el contacto, la permanencia en el tiempo. Se buscaron maneras para que el aislamiento fuera físico y no social, a través de llamadas, mensajes de whatsapp, videollamadas, audios. Directivos y docentes pusieron a prueba su creatividad, tendieron puentes para sostener el lazo, con el fin de generar una proximidad en la virtualidad. 

El rol docente se transformó, tuvieron que desaprender lo ya sabido para incorporar nuevos modos de enseñar, de acompañar los procesos educativos, las realidades familiares. El trabajo colaborativo, entre pares, tomó gran notoriedad. En muchas escuelas se vieron fortalecidos los vínculos institucionales a partir de un incremento de la comprensión de lo que cada uno y una podía hacer desde su hogar. Resultó clave fortalecer la comunicación entre colegas, desarrollar nuestra empatía y flexibilidad frente a todos los cambios que surgían. 



Desde hace muchos años se vienen desarrollando acuerdos escolares de convivencia en las escuelas de todos los niveles: inicial, primario y secundario. Este dispositivo promotor de la convivencia puso de relieve los valores que cada institución acordó, para lo cual fue necesario mucho diálogo y debate entre toda la comunidad educativa, dando así mayor legitimidad y aceptación de lo acordado. Lo que valora la mayoría de las Escuelas es que el proceso mismo de elaboración de los acuerdos permitió mejorar los vínculos entre sus miembros. Sin embargo, como ustedes sabrán esto no quiere decir que se disuelvan por completo los conflictos o que no se transgredan las normas de convivencia ya acordadas. 

Como educadores muchas veces perdemos el sentido de lo que hacemos, intentamos una y otra vez, desplegamos diversas estrategias de intervención y a veces hasta parece que nada cambia. Ese o esa estudiante sigue desafiándonos, cuestionando nuestro rol, nuestra tarea, lo que hacemos diariamente. En nuestro recorrido profesional, incluso en los pasillos de la escuela escuchamos la palabra APOSTAR, y ahí recordamos la función socializadora de la Escuela. ¿Qué sentido tiene seguir intentando? 



Quienes hace tiempo trabajamos en Educación, nos anclamos en aquellas experiencias de trayectorias que lograron modificarse, apostando a los procesos de aprendizaje. “Matías de 2do grado pateaba sistemáticamente las puertas del 3er grado todos los días cuando pasaba cerca, generando un estruendo metálico. En la segunda mitad del año se escuchaba al pasar: ´buenos días Seño Patricia´”. Allí hubo un adulto que intervino, que siguió intentando, que mostró el comportamiento esperado, que acompañó. Todos recordamos seguramente algún o alguna estudiante que nos dio mucho trabajo, que rompió nuestra paciencia. Volvemos a los procesos, a los sentidos y fines educativos. Apostar a que a través de nuestras intervenciones, de nuestra mirada, de nuestro reconocimiento las y los estudiantes pueden modificar aquél comportamiento desafiante así como lo hizo Matías con la Seño Patricia. Y así aprender a convivir con un otro. 

Ahora… ¿cómo pensamos los vínculos en la virtualidad? ¿Cómo pensamos la convivencia escolar en tiempos remotos? Si bien sabemos que los acuerdos escolares de convivencia no resuelven todos los problemas que suscitan en una institución, nos permiten un encuadre entre lo permitido y lo no permitido, un marco de acciones posibles frente a la transgresión de los valores y las normas acordadas. Estos acuerdos establecidos en la presencialidad, indudablemente debieran repensarse, resignificarse en este contexto, en este modo de hacer escuela.
El edificio escolar nos reunía durante muchas horas con un propósito educativo y era allí donde aprendíamos a convivir, a estar con otros en sociedad. Progresivamente, las y los estudiantes aprendían su oficio a partir de lo que les mostrábamos como adultos, desde nuestra profesionalización del rol docente. Claramente todo cambió, hubo que reinventarse, transformar cada uno de los roles que forman la trama educativa.

En el espacio virtual es importante establecer las mismas normas y pautas de convivencia y cuidado que se tienen de manera presencial (por ejemplo, lo que hayamos acordado respecto del modo de comunicarnos, tiempos y vías de comunicación, etc.) ¿Cómo se logra? Con gestión educativa. Generando consensos, explicando los sentidos, poniendo en tensión los distintos puntos de vista. La virtualidad ofrece una oportunidad para el aprendizaje de la ciudadanía digital, el uso de las redes sociales, el uso crítico y reflexivo de lo encontrado en internet, los riesgos y responsabilidades frente al intercambio con otras personas en la web, entre otros. Desarrollando estas metas, quizás nos estemos acercando al tan anhelado sueño de formar verdaderos ciudadanos del mundo. 



¿Qué señales damos para hacernos presentes? La proximidad física no es una posibilidad certera, sin embargo se nos presentan desafíos para establecer una proximidad en la virtualidad. Experiencias hay muchas, de lo más variadas, prefiero centrarme en aquellas que pueden servir de inspiración. Escuelas que han sostenido reuniones semanales online no solo entre docentes sino también con estudiantes, con delegados de cada curso, con miembros de las familias. Generando así una verdadera comunidad. La creatividad fue clave al momento de convocar (realizando audios, mensajes o videos con aplicaciones como Tik Tok), el tener objetivos claros en cada encuentro permitió enfocar la tarea y optimizar el tiempo de quienes participan. 
Es necesario pensar en las particularidades de cada uno y cada una, en la medida de lo posible, acorde a lo que cada encuentro precise para que resulte eficaz. Con el foco puesto en sostener la trama institucional, con la intención de poner palabras, con lo que el intercambio mismo favorece, en la escucha de un tono emocional que aloja, que contiene, que comunica por sí mismo. Una presencialidad que se hace efectiva, una presencia que acompaña, que sosiegue la angustia o la incertidumbre.

Porque todos y todas necesitamos que la escuela siga siendo esa institución que nos contiene, incluso en la virtualidad.

Lic. Tomás Nores
M.P. 7881
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